Empezamos a rodar a tres CCDs, de prueba. Nos gustó, nos metimos y de ahí al HDV, con todo lo que eso conlleva. Recorrimos mucho, conocimos más, e intentamos registrar vivencias en digital.
De todo esto, nos quedamos con un tanto más de 15 horas de crudo, lo que significaría 900 minutos de material. Pensando un poco como Murch, si el documental durase 20 minutos, tendría que contarte 45 minutos de material filmado en 1 minuto de material visible. 45:1, más todo lo que quedó afuera: las personas, los llamados, las charlas. ¿Cómo?
El documental empezó siendo de la comunidad boliviana, luego de la radio en la comunidad boliviana, después de la cultura y el trabajo, y así. Cambiaba todo el tiempo a medida que íbamos interiorizándonos más, conociendo gente de distintas partes, de allá y de acá. Finalmente descubrimos los links que trazaba la radio a través del conurbano, y vimos cómo en ese entramado, en ese recorrido, la Argentina se desvanecía.
“No es lo que es, es lo que parece” con esa frase cerró todo mucho más. Esto NO es Bolivia, esto es Argentina. Si, pero ¿hasta qué punto? Que las imágenes cuenten.
Con esto como premisa comencé a trabajar la idea de sorpresa, de intriga, siempre dando indicios pero no confirmándolo hasta el final, en dónde podemos ubicarnos.
Para comenzar tengo que pensar en lo circular. Los sikuris se dividen en dos para hacer una melodía: en ronda, un grupo toca con sikus que tienen notas que los otros no y, entre todos, hacen la melodía completa.
Entonces partimos de un punto para regresar a él. Mostrar la trama, mostrar las conexiones que hay en el medio. Ir a Bolivia dejando lo demás de lado, hasta que sea necesario mostrar cómo no es necesario el nombre.
¿Usar o no las entrevistas que hicimos? Sentí que sobraban las palabras, que no hacía falta la explicación y tomé el riesgo, mientras me apoyaba en un nexo tan fuerte como es la radio.
La calidad de imagen quizás no siempre es la mejor, pero la elección de tomas estuvo subordinada a la búsqueda de la totalidad. No te puedo explicar lo difícil que fue sacar planos, obviar secuencias y borrar belleza que no aportaba al relato. Nadie habla de lo que queda afuera, de esos 45 minutos detrás de cada minuto de película que vemos, pero deberían darnos un premio a todos los montajistas que eliminamos planos de Chacarita volviendo lentamente por la huerta, con los cajones a cuestas, para sumergirlos en agua. Y dejarlos escurrirse.
A la hora de construir las distintas esferas utilicé una progresión de planos que fuera revelando lentamente más información. Del detalle al general, de la parte al todo.
A esta progresión de planos le siguió una progresión de lugares:
Año Nuevo Andino (Fogón, runasimi, oscuridad. Desorientación)
Taller textil, encadenado con la Radio a través del narrador. Generando un ritmo acelerado y pesado, dando indicios de trabajos y costumbres.
El ritmo incesante de la voz del narrador contrasta con la calma del primer plano del Mercado, aunque de a poco se empieza a acelerar nuevamente. Del detalle al general vemos las situaciones del mercado, sin interiorizarnos con ningún personaje. A través de la llegada de un camión vamos al exterior, entre cajones y campo, pasamos a la Huerta, donde el ritmo disminuye y los ecos de la radio ya están lejos. Los tiempos son otros (como se ve en el plano secuencia de seguimiento hasta la cosecha).
Una vez en la verdulería, continuando con el proceso de producción, vuelve la radio, en quechua y para que no quede ninguna duda. Un plano del techo de la verdulería une dos lugares con los colores de Bolivia en un colgante. Ya en Liniers incrementa un poco el ritmo, seguimos a un personaje a través de las compras. Mientras camina por una calle bajo la leyenda “mi Bolivia” revisitamos los clasificados del comienzo, pero ésta vez en forma de carteles.
El colectivo 28 y el riachuelo son una señal para dudar, pero pasamos a una clase de runasimi, después de las tizas y coca volvemos a cierto extrañamiento que aumentará cuando continuamos con el seguimiento del personaje: lo vemos entrar en un Restaurant y comenzamos a escuchar la Radio que confirma la ubicación geográfica y que hace su última aparición, cerrando un recorrido y, a la vez, haciendo de conector.
En Soldati asistimos a una morenada que, tras escenas de baile y cotidianeidad, continúa en el desfile del Bicentenario, terminando de localizarnos exactamente con planos del obelisco, Aerolíneas Argentinas y las calles del centro que cobijan a la comunidad, que demuestra que realmente no hace falta el nombre para constituir su hábitat.
Volvemos entonces al comienzo, para darle final al recorrido. Suenan los sikus, la gente baila alrededor del fuego hasta el amanecer. Suenan los pututus atravesando el solsticio de invierno, la noche más larga y fría del año. Suenan los pututus mientras las palmas siguen al sol. Suenan los pututus como si fueran la bocina del buquebús.
No se me ocurre cómo explicar esa conexión de 5518 años de cultura (que rechaza la denominación de “precolombino”) con el tráfico de turismo argentouruguayo. Necesito de esa toma, y necesito de la próxima para decirte que eso no importó, tampoco lo hizo la Reserva Ecológica de Puerto Madero, ni siquiera importó haber entrado por la bajada de Viamonte.-
De todo esto, nos quedamos con un tanto más de 15 horas de crudo, lo que significaría 900 minutos de material. Pensando un poco como Murch, si el documental durase 20 minutos, tendría que contarte 45 minutos de material filmado en 1 minuto de material visible. 45:1, más todo lo que quedó afuera: las personas, los llamados, las charlas. ¿Cómo?
El documental empezó siendo de la comunidad boliviana, luego de la radio en la comunidad boliviana, después de la cultura y el trabajo, y así. Cambiaba todo el tiempo a medida que íbamos interiorizándonos más, conociendo gente de distintas partes, de allá y de acá. Finalmente descubrimos los links que trazaba la radio a través del conurbano, y vimos cómo en ese entramado, en ese recorrido, la Argentina se desvanecía.
“No es lo que es, es lo que parece” con esa frase cerró todo mucho más. Esto NO es Bolivia, esto es Argentina. Si, pero ¿hasta qué punto? Que las imágenes cuenten.
Con esto como premisa comencé a trabajar la idea de sorpresa, de intriga, siempre dando indicios pero no confirmándolo hasta el final, en dónde podemos ubicarnos.
Para comenzar tengo que pensar en lo circular. Los sikuris se dividen en dos para hacer una melodía: en ronda, un grupo toca con sikus que tienen notas que los otros no y, entre todos, hacen la melodía completa.
Entonces partimos de un punto para regresar a él. Mostrar la trama, mostrar las conexiones que hay en el medio. Ir a Bolivia dejando lo demás de lado, hasta que sea necesario mostrar cómo no es necesario el nombre.
¿Usar o no las entrevistas que hicimos? Sentí que sobraban las palabras, que no hacía falta la explicación y tomé el riesgo, mientras me apoyaba en un nexo tan fuerte como es la radio.
La calidad de imagen quizás no siempre es la mejor, pero la elección de tomas estuvo subordinada a la búsqueda de la totalidad. No te puedo explicar lo difícil que fue sacar planos, obviar secuencias y borrar belleza que no aportaba al relato. Nadie habla de lo que queda afuera, de esos 45 minutos detrás de cada minuto de película que vemos, pero deberían darnos un premio a todos los montajistas que eliminamos planos de Chacarita volviendo lentamente por la huerta, con los cajones a cuestas, para sumergirlos en agua. Y dejarlos escurrirse.
A la hora de construir las distintas esferas utilicé una progresión de planos que fuera revelando lentamente más información. Del detalle al general, de la parte al todo.
A esta progresión de planos le siguió una progresión de lugares:
Año Nuevo Andino (Fogón, runasimi, oscuridad. Desorientación)
Taller textil, encadenado con la Radio a través del narrador. Generando un ritmo acelerado y pesado, dando indicios de trabajos y costumbres.
El ritmo incesante de la voz del narrador contrasta con la calma del primer plano del Mercado, aunque de a poco se empieza a acelerar nuevamente. Del detalle al general vemos las situaciones del mercado, sin interiorizarnos con ningún personaje. A través de la llegada de un camión vamos al exterior, entre cajones y campo, pasamos a la Huerta, donde el ritmo disminuye y los ecos de la radio ya están lejos. Los tiempos son otros (como se ve en el plano secuencia de seguimiento hasta la cosecha).
Una vez en la verdulería, continuando con el proceso de producción, vuelve la radio, en quechua y para que no quede ninguna duda. Un plano del techo de la verdulería une dos lugares con los colores de Bolivia en un colgante. Ya en Liniers incrementa un poco el ritmo, seguimos a un personaje a través de las compras. Mientras camina por una calle bajo la leyenda “mi Bolivia” revisitamos los clasificados del comienzo, pero ésta vez en forma de carteles.
El colectivo 28 y el riachuelo son una señal para dudar, pero pasamos a una clase de runasimi, después de las tizas y coca volvemos a cierto extrañamiento que aumentará cuando continuamos con el seguimiento del personaje: lo vemos entrar en un Restaurant y comenzamos a escuchar la Radio que confirma la ubicación geográfica y que hace su última aparición, cerrando un recorrido y, a la vez, haciendo de conector.
En Soldati asistimos a una morenada que, tras escenas de baile y cotidianeidad, continúa en el desfile del Bicentenario, terminando de localizarnos exactamente con planos del obelisco, Aerolíneas Argentinas y las calles del centro que cobijan a la comunidad, que demuestra que realmente no hace falta el nombre para constituir su hábitat.
Volvemos entonces al comienzo, para darle final al recorrido. Suenan los sikus, la gente baila alrededor del fuego hasta el amanecer. Suenan los pututus atravesando el solsticio de invierno, la noche más larga y fría del año. Suenan los pututus mientras las palmas siguen al sol. Suenan los pututus como si fueran la bocina del buquebús.
No se me ocurre cómo explicar esa conexión de 5518 años de cultura (que rechaza la denominación de “precolombino”) con el tráfico de turismo argentouruguayo. Necesito de esa toma, y necesito de la próxima para decirte que eso no importó, tampoco lo hizo la Reserva Ecológica de Puerto Madero, ni siquiera importó haber entrado por la bajada de Viamonte.-